domingo, 23 de noviembre de 2014

The Walking Don Juan.

Siempre supe que mi hijo no era precisamente un caballero, pero después de ver eso aquel día lo único que podía pensar es que había criado al mismo demonio...

Tras un año entero sin ver a mi hijo Juan, volvería a verle en la taberna para escuchar sus hazañas del año comparadas con las de Don Luis, otro que se las traía desde luego, pero no conseguía superar a mi querido hijo ni de lejos. Yo me encontraba sentado junto al famoso comendador, padre de Doña Inés, en aquellos momentos comprometida con mi primogénito. Pedimos, y más tarde, dispuestos a escuchar las hazañas de los mozos nos sentamos a esperar. Diez minutos después ya estábamos escuchándoles. La verdad que todo parecía que iba a suceder con normalidad hasta que de pronto, mientras Don Luis contaba su hazaña con una mujer a la que conquistó con facilidad, mientras se encontraba afincado en su casa de Barcelona, ocurrió algo horrible.

 Don Juan Tenorio, pareció cambiar de expresión, sus ojos se enrojecieron, tanto como una rosa y de pronto, comenzó a hablar una lengua que parecía ser latín.  Su voz había cambiado. Más que una voz parecía un susurro, de aquellos que son más altos que cualquier grito que hayáis podido oír en vuestras vidas, dolía al ser escuchado. En aquel momento comprendí que mi hijo había sido poseído por un alma perdida.

Mientras todos los que podían irse de la taberna corrían hacia la puerta, los más cercanos a mi hijo nos quedamos observando sin saber que hacer. De pronto su cuerpo empezó a transformarse, empezaron a salirle heridas por todo el cuerpo, las ropas comenzaron a rasgarse y ángeles empezaron a volar por el techo, estos mismos de vez en cuando se acercaban a nosotros y nos susurraban al oído también cosas en latín. Aquello empezó a empeorar por momentos, aquellas voces volvían locos a algunas gentes que se encontraban en la taberna sin poder huir y comenzaban a transformarse en lo que en aquel momento era mi hijo. Parecían muertos vivientes...

Mi hijo comenzó a acercarse a Don Luís, al que de pronto se abalanzó con todas sus fuerzas y le mordió el cuello. Desde hacía ya mucho rato, el miedo se había apoderado del comendador y de mí, no sabíamos cómo actuar, pero lo que sí sabíamos es que queríamos salir de allí, pero... ¡era imposible! Todos los hombres de la taberna se habían convertido en muertos vivientes. El comendador me tocó el hombro como queriéndome avisar de algo. La puerta trasera de la taberna estaba abierta. Esta daba al patio del pequeño edificio en el que se encontraba la taberna. Decidimos correr hacia allí. Cuando salimos al patio nos dimos cuenta de que debíamos escalar la valla que lo separaba de la calle.

Nosotros ya somos mayores y era trabajo difícil. Cuando comenzamos a subir noté como algo me agarraba la pierna, mire hacia abajo y vi como mi propio hijo, seguido por sus secuaces, intentaba tirarme al suelo para devorarme. Tiré con todas mis fuerzas y por fin conseguí deshacerme de él. Todo aquello me dolía, dejar a mi hijo así, pero el nunca se había preocupado de como estaba yo y haberme quedado hubiese significado una muerte segura.

Cuando conseguimos huir decidimos cerrar la puerta de la taberna que daba a la calle, para que los muertos vivientes no pudieran salir de allí de ninguna forma. Nos dirigimos al cuartel de la Santa Hermandad y les contamos lo ocurrido. Aquello parecía una idea de locos, pero era la verdad. El problema fue que cuando llegamos a la taberna para mostrárselo a los guardias, los muertos vivientes habían conseguido forzar la puerta y salir. En ese momento el comendador temió por la vida de su hija Doña Inés a la que quizás había ido a buscar Don Juan. Cuando quisieron ponerse en movimiento se dieron cuenta de que todos los paseantes de la plaza en la que se encontraban y de las calles colindantes eran muertos vivientes y de la fuente del centro de la plaza salía sangre...